Colaboración en el Redondal públicada en diciembre del 2020
El Redondal me llama y yo respondo, como Rohan ante Gondor, un alumno ante su profesor o un político cuando recibe la llamada de sus amigos del Ibex-35. Y es que toca pergeñar un nuevo artículo, para solaz de la Eremita que habita en lo profundo del desierto de Tattooine, como jefaza de los jawas, y en esta ocasión vuelvo a revisitar mis raíces audiovisuales. Hoy vengo a hablaros de una serie que estoy viendo ahora mismo, junto a unos cuantos millones de espectadores más, y que no es otra que The Mandalorian. Sí, he dicho The Mandalorian porque de un tiempo a esta parte las plataformas de streaming ya ni se molestan en traducir los nombres de las series porque pa qué…
Hablar de The Mandalorian es hablar de Star Wars. La primera película de la saga fue estrenada un poco después de mi concepción (aproximadamente, los detalles exactos no los sé ni quiero saberlos xD), pero no sería hasta casi los 90 cuando pude verla. De hecho, visioné antes a la competencia, Star Trek, que no a las películas de George Lucas. Eso sí, cuando por fin pude verlas siendo un pipiolo de 13-14 años, me volaron la cabeza. Y es que en Star Wars encontré dos de mis, hasta hoy, grandes pasiones: la astronomía y la fantasía. ¿Que qué tiene que ver la astronomía con Star Wars, te preguntas? Pues no mucho, el realismo científico no es el fuerte de esta saga, pero sale un planeta llamado Alderaan que tiene un curioso parecido con el nombre de la estrella Aldebarán. And that´s all, folks xD Ah, no, que te preguntas por qué he dicho que Star Wars es fantasía. Bueno, es más que evidente, pero para eso no hay nada mejor que remitirme a las palabras de un personaje de The Mandalorian: “Los jedi son una antigua orden de hechiceros”. Y mejor no hablo del viaje del héroe…
Pero centrémonos en The Mandalorian. Con su segunda temporada a punto de acabar, se ha convertido, de facto, en el mejor producto de Star Wars de la era Disney y, me atrevo a decir que el mejor desde El retorno del jedi. Y es que las precuelas, los episodios 1 a 3, fueron una pequeña decepción en su momento. Y de la nueva trilogía sólo he sido capaz de ver el episodio 7. En pocas palabras, no era para mí y no lo sentí como parte de Star Wars. Pero, ¿cómo ha conseguido una serie tal hazaña? ¿Con efectos especiales? ¿Con un guion enrevesado? ¿Con personajes complejos? En absoluto, el arma supersecreta usada por su director y guionistas es…
Tan feliz como un perrete sacando la cabeza por la ventanilla.
Sí, Baby Yoda, El Niño, o Redacted, es en buena medida el culpable de ese éxito. Un personaje entrañable, genial y que nos hace esbozar una sonrisa a quienes recordamos a Yoda por las similitudes, y especialmente por las diferencias, con aquel. Hasta yo, que soy más flemático que un inglés puesto a tranquimazines, tengo ganas de comprarme uno de los peluches de B.Y. y estrujarlo un poco. Pero él no es el único acierto, desde luego. Acción y efectos especiales con una calidad similar a la de cualquier blockbuster, un sentido del humor agudo pero dosificado, aire de western y de libro de aventuras añejo, capítulos enlazados por una trama interesante pero no omnipresente y conexiones evidentes con el lore de Star Wars, incluidas sus series de animación que cada vez me resultan más tentadoras. Dave Filoni, el director de The Mandalorian y de dichas series de animación, ha dado con la tecla que consigue volver a emocionar a los viejos fans de la saga y congregar a las nuevas generaciones en torno a la pantalla. Y, creedme, amigos, no es nada fácil conseguir tal cosa. Lo sé de buena tinta porque mi mujer, que siempre ha detestado todo lo relacionado con la saga, tenía más ganas de que empezara la segunda temporada que yo .
Y por cierto, ¿cuál es el argumento de la serie? Sin entrar en detalle y en mis propias palabras, cuenta la historia de un Clint Eastwood espacial que trabaja como mercenario y carece de demasiados escrúpulos. Antiguo huérfano acogido por los legendarios mandalorianos como uno de ellos, se verá ante un desacostumbrado conflicto moral cuando un cliente exmiembro del antiguo imperio le pague una suma asombrosa por secuestrar y entregarle nada más y nada menos que a un niño pequeño.
Lo cierto es que a la serie no le sobra nada. Ni el omnipresente casco de Din Djarin (aunque es llamado Mando de forma coloquial), interpretado por Pedro Pascal, ni esos planos largos en los que vemos a la pareja protagonista viajando, ya sea por el espacio a bordo de la Razorcrest, o en speeders o motos gravitacionales por el desierto. Como he dicho, The Mandalorian tiene mucho de novela ajada del far west o incluso de las novelas de aventuras de los 50 ambientadas en continentes extraños y salvajes. Hay referencias constantes a esos géneros que he comentado y a las viejas películas de samuráis de Kurosawa; es decir, a todo lo que inspiró en su momento a George Lucas para crear Star Wars.
Aunque lo parezca, no es un selfie de la muerte.
Pero también os digo que el tuskenen primer plano acaba en la morgue.
Desde luego tampoco echa en falta el exceso de dramatismo y de épica, a menudo impostados e inefectivos, de las últimas películas. Aquí no encontraremos dobleces: es el viaje de un hombre lacónico envuelto en metal y un niño, que por muy verde que sea actúa como tal, creando un evidente contraste con el mandaloriano. Y ya está. La fórmula funciona, ¡vaya si funciona! Y nos mantiene deseando que llegue el viernes para ver otro y comprobar qué nuevas conexiones, o referencias a la saga, salen a la luz. O simplemente para ver al mandaloriano aterrizar en un nuevo planeta y visitar un pueblo que parece sacado de la Oklahoma de 1890 mientras B.Y. persigue a unos cuantos sapos alienígenas para zampárselos. Bon appétit, pequeño.
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