Nada tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado. Oscar Wilde
Una semana más vuelvo a la carga con un tema que me interesa especialmente y que me ha quitado el sueño en alguna ocasión durante los largos meses de revisión y reescritura del manuscrito de mi primera obra. Ese tema no es otro que la eterna discusión entre lo nuevo y lo viejo, la originalidad contra lo ya establecido y, tal y como reza el título de esta entrada, la fantasía moderna opuesta a la tradicional. Y es que es un tema que preocupa tanto a autores como a lectores. Porque lo habitual nos da seguridad, pero cansa, y lo nuevo ilusiona, aunque como dijo el gran Oscar Wilde, lo demasiado novedoso suele ser contraproducente.
En mi caso mi preocupación venía derivada de una sencilla premisa: mi obra, debido a los largos años que pasé escribiéndola, venía lastrada por unas influencias y una concepción de la literatura fantástica del siglo pasado. Eso hizo que perdiera muchísimo tiempo reescribiéndola para que estuviese más acorde no sólo a los tiempos actuales sino a cómo había cambiado yo mismo con el transcurso de los años.
Viejas fantasías
Lo viejo. ¡Puaj! Eso no mola nada, ¿verdad? Bien, pues quizá debería porque todo, y todos, nos encaminamos en esa dirección. Canas, patas de gallo, decir esto no mola en pleno 2020… Pero hablamos de literatura fantástica, no de las diez o doce canas cuarenta o cincuenta canas que, por supuesto, no me están saliendo en la barba. Eso sí que es una fantasía. En cualquier caso, ¿qué nos aportan las obras del siglo pasado? ¿Por qué molestarse en leerlas o, si eres un autor, en inspirarse en ellas o tomarlas como modelo?
Podría acabar la discusión aquí mismo usando el comodín de Tolkien (reductio ad Tolkienan. Si no existe, alguien debería inventarlo). Es decir, pocos lectores y ningún autor, por muy imberbe que sea, desconocen la obra de Tolkien. Es universalmente reconocida y valorada, como clásico que es. Eso no significa que no esté superada en muchos aspectos, no en vano es literatura de su tiempo, pero es, y siempre será, una referencia para los que amamos la literatura fantástica porque su sentido de la maravilla y su complejidad como obra son únicos y, por lo tanto, irrepetibles.
Pero no solo de Tolkien vive el lector. Tenemos verdaderas joyas, que a mí me han marcado aún más, como las Crónicas de la Dragonlance, La Rueda del tiempo, Añoranzas y pesares, Las Crónicas de Belgarath, El señor del tiempo, El ciclo de la Puerta de la Muerte… Sería imposible catalogarlas todas con una etiqueta genérica. Las hay muy bien escritas, con temas profundos y maduros y personajes inolvidables. Otras se circunscriben a obras seguidistas de la literatura de Tolkien, pero generalmente con algún punto de vista novedoso que aportar. Si algo bueno tiene la fantasía publicada en los 80 y 90 es que, y a pesar de que he leído cosas que no creeríais, mantenía unos filtros editoriales que en general le aseguraban un mínimo de calidad. Además, me parecían obras sinceras, quizá más torpes que las obras actuales, pero más sinceras.
Aunque, como he dicho, en ocasiones se hacían repetitivas, pues demasiadas de ellas reproducían el viaje del héroe al milímetro y la estética de El Señor de los Anillos al fotograma. Aún así, la mayoría eran obras valiosas por sí mismas. Vale la pena leerlas si no lo has hecho.
Una nueva esperanza
Y llegamos a lo nuevo, a lo moderno. Es difícil poner la frontera entre lo viejo y lo nuevo. ¿Es Harry Potter fantasía antigua, moderna, precursora o va a su aire? ¿Y Malaz? Los abanderados de esta nueva fantasía son Sanderson, Cook, Abercrombie, Ericksson y, por supuesto, George R.R. Martin. Pero imagino que todo eso lo sabes, si eres un lector habitual de fantasía y has leído algún libro en los últimos diez años.
En cierto modo, la literatura fantástica actual es una reacción a la antigua. Es matar al padre, Tolkien, y huir del espíritu de la literatura de los ochenta y noventa, del viaje del héroe. Sanderson se jactaba tras escribir Elantris, su ópera prima, de no seguir el esquema del mito del héroe desarrollado por Joseph Campbell. Una gran parte de los autores intenta evitar como la peste los clichés tolkienianos, que eran la corriente mayoritaria durante las décadas anteriores. En pocos libros actuales verás elfos, orcos y magos de barba puntiaguda, sabiduría insondable y túnicas de diferentes colores. La fantasía urbana y moderna ha ganado muchísima fuerza, compitiendo de tú a tú con la fantasía épica.
Uno de los cambios más importantes, a mi juicio, ha sido el aparente abandono de las polaridades y la inclusión de los tonos grises. Ya no existen los caballeros blancos ni los nigromantes oscuros. Ahora los caballeros son sucios, pendencieros y malhablados, y los nigromantes tienen una trágica historia de abusos a sus espaldas que los hacen ser como son. Ya no existen los absolutos o, al menos, no son tan evidentes como antes. Nuestra óptica ha cambiado y valoramos más las complejidades de la personalidad de los personajes y de la psique humana. Y es que, aunque no lo parezca, la fantasía es uno de los géneros más exigentes en cuanto a la verosimilitud de los personajes y sus motivaciones.
El grimdark es el máximo exponente de esta tendencia, un tipo de literatura que tiende a lo oscuro, al uso del humor cínico y a lo violento. Se podría definir como una vuelta de tuerca a la corriente de “realismo” imperante en cuanto a la caracterización de los personajes de la que acabo de hablar, pero llevándola más allá hasta adoptar un aire de fatalidad y pesimismo. El hombre aquí vuelve a ser un lobo para su propia especie y pocos gestos nobles, bondadosos o altruistas vamos a poder encontrar. La ambientación, por tanto, suele ser oscura, miserable y sucia. A veces los autores abusan tanto de ella, que lo único que quieres es que un meteorito deje el mundo hecho un solar, porque no parece haber ni un solo personaje que no sea un auténtico cabronazo.
Me ha parecido que alguien se acordaba de mí… y de mis muertos.
¿Es oro todo lo que reluce?
Una vez puestos en antecedentes, la pregunta es inevitable: ¿qué me puede llevar a mí, como autor, a utilizar recursos y elementos de las obras de fantasía más tradicionales cuando tengo a mi disposición los de la fantasía moderna? Y es una pregunta que vale también para los lectores, aunque claro, los gustos de cada uno son algo muy personal y subjetivo. Pues bien, si miramos con algo más de atención veremos que las diferencias entre lo actual y lo antiguo no son tan notables como pueda parecer en un primer momento.
Para empezar, hablemos del Tolkiencidio (no me odiéis por estos chistecitos al nivel de Arturo Valls). Tras más de cincuenta años de hegemonía sobre el panorama de la literatura fantástica, Tolkien debía ser superado, pero eso no significa que deba ser rechazado. Aunque había mucho maniqueísmo en El Señor de los Anillos, no es menos cierto que también había una gran complejidad. Veo a muchos autores nuevos que tienen alergia a cualquier cosa que huela a Tolkien, pero también veo a muchos otros que siguen publicando obras que son un calco de la Tierra Media. Ya sabéis: el señor Oscuro Melkätor porta la terrible espada Eonäth a la lucha contra el rey de los elfos, Eldelbar (me ahorraré el chiste) montado en la última cebra cornamentada, Glaindraur. ¿Te suena? Apuesto a que sí, y es por eso por lo que hay que superar a Tolkien. Pero, como decía, superar no es rechazar. Lo ideal, como casi siempre, es alcanzar un punto medio. Tomar lo bueno, lo que sigue funcionando, lo que nos resuena y nos gusta, y desechar aquello que ya no funciona como antes.
El viaje del héroe, ¿está superado o sigue estando vigente? En realidad, esta es una pregunta sin pies de cabeza, ya que el viaje del héroe no es una moda ni una mera estructura literaria. Es algo inherente a la condición humana, un mito universal que habla de nosotros, de la superación, del paso de la infancia a la madurez, del desarrollo personal y espiritual y, por lo tanto, no puede ser descartado ni rechazado. Sanderson al final admitía que el viaje del héroe sigue presente en sus obras, solo que era capaz de presentarlo de formas que le pareciesen novedosas al lector. Es decir, quizá tu protagonista no sea pelirrojo, quizá no sea huérfano, quizá no sea El Elegido y posiblemente tampoco deba partir de su granja en las montañas a un viaje alucinante acompañado de 12 enanos, pero lo que es seguro es que de alguna forma seguirá algunas, o muchas, de las pautas del arquetipo del héroe.
Cortar, añadir y mezclar
Ya habrás imaginado que soy un defensor de la idea de tomar lo mejor de ambos mundos, de hacer fantasía moderna, pero no como una reacción a lo tradicional, sino como una evolución de esta. Cuando las ideas se agotan y lo de siempre se vuelve monótono y repetitivo, hay que buscar nuevas metas y maneras de hacer las cosas, cierto, pero aprovechando el bagaje acumulado y la experiencia ganada.
La fantasía, especialmente la fantasía épica, llegó a un punto cercano al agotamiento tras la década de los 90. En mi caso, durante aquellos primeros años del milenio apenas leí nada del género, con honrosas excepciones como Canción de Hielo y Fuego y La saga de Geralt de Rivia. Con los años esas visiones novedosas de la fantasía han ido creciendo y normalizándose, alejándose de maniqueísmos y convenciones, aunque, como hemos visto, pocas veces han supuesto una verdadera ruptura con lo anterior.
Como lector esta es una época fascinante para la fantasía. No solo tenemos una variedad increíble de temas, géneros y, atención, desde hace unos pocos años ha empezado a surgir una ola literaria que nos trae a magníficas autoras y obras de grupos culturales distintos al occidental, sino que también la fantasía, junto a la ci-fi están de moda en el panorama audiovisual. Juego de Tronos, la serie, ha abierto el camino hacia el género a un gran número de neófitos y su concepto de la misma ya no es tanto la lucha del Bien contra el Mal, sino las intrigas, los asesinatos, el sexo y qué personaje es más cabrón y rastrero. Al fin y al cabo, dicen que la literatura no es más que el reflejo del tiempo en el que vivimos.
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