El ideal está en ti; el obstáculo para su cumplimiento también.
Thomas Carlyle
Me gusta, por mera comodidad y por influencia de una sensación que podríamos definir como el síndrome del impostor (ver más abajo), hablar de cosas que conozco y he experimentado de primera mano. Y pocas cosas hay que conozca mejor que la lucha constante y descarnada contra la desmotivación. No es algo exclusivo de los escritores, desde luego, pero los oficios creativos y artísticos son el caldo de cultivo ideal para que aparezca esa sensación de hastío, de futilidad, de pereza o esa súbita idea de que ponerse a declinar rosa, rosae en latín es más atractivo y urgente que sentarse a acabar el maldito capítulo 12 de tu manuscrito.
La idea de escribir sobre la motivación, o la falta de ella, en un escritor no es nueva. Probablemente todos los que tenemos un blog de este tipo lo hayamos hecho, pero hace unas semanas vi una conversación en Twitter entre @ProyectoPoema y @CabalTC en la que hablaban sobre la procrastinación y que lo realmente importante era preguntarse por qué uno estaba haciéndolo. Bien, pues este artículo pretende justamente eso, exponer las causas profundas por las que uno es capaz de motivarse o desanimarse a la hora de sentarse y escribir.
Mira hacia dentro
Si has ido alguna vez a alguna terapia psicológica y has prestado atención sabrás que los terapeutas suelen afirmar que las causas últimas de nuestro comportamiento están dentro de nosotros. Lo externo no es más que un estímulo neutro al que nosotros reaccionamos de distintas maneras dependiendo de nuestro estado de ánimo, personalidad y bagaje emocional. Es decir, y aunque parezca evidente, la motivación hay que buscarla dentro de nosotros, al igual que las causas de la falta de esta.
Me temo, señor Martin, que toda esa crueldad que plasma en
sus novelas dice mucho de usted como persona.
Si creías que la culpa de que solo hayas escrito dos frases en toda la tarde era de twitter, de esa misión que necesitabas hacer para conseguir el último arco épico en tu mmo favorito o de tu gato, que no deja de molestarte para que le hagas caso, estás muy equivocado. La culpa, si es que se puede hablar de culpables, es sólo tuya. Lo bueno es que podemos eliminar de un plumazo millones de posibles causas y centrarnos solo en una: tú. Y esto, por supuesto, no quiere decir que a veces no sea bueno restringir los estímulos externos, aislarnos para poder concentrarnos y establecer rutinas. Todo eso puede ser muy útil como ayuda, pero si no logramos obtener la motivación suficiente y comprender las causas que motivan su carencia, no servirá de nada.
Buceando en el subconsciente
Hay tantos escritores como arquitectos, cantantes de rock o limpiadores, pero apuesto a que, si piensas en muchas de esas profesiones, vienen a tu cabeza una serie de rasgos arquetípicos que, en un número importante de ocasiones se ajustan, con mayor o menor acierto, a la verdad. Usando la estadística y el simple prejuicio, podemos establecer una serie de características comunes a los escritores que nos ayudarán mucho a la hora de entrar en esas cabezas malditas y llenas de pájaros y gritar a pleno pulmón: “¿Por qué c**o no estás sentado escribiendo, desgraciado? ¿Por qué crees que lo que haces no vale la pena y te sientes como Sísifo empujando, una vez más, su piedra cuesta arriba?
¿Dónde estás, escritor vago y procrastinador? Si tú no vienes a la historia,
la historia vendrá a por ti.
Las respuestas, si eres sincero, te pueden sorprender. La motivación es algo frágil, valioso y, asumámoslo, temporal. No todo el mundo va a poder estar todo el tiempo motivado. Tarde o temprano vas a flaquear, vas a dejar que los estímulos externos hagan mella en ti y tu ánimo decaiga. Todos necesitamos temporadas de recargar las pilas. Lo malo es cuando esa recarga se convierte en una excusa para seguir nadando en el océano de la desidia, la insatisfacción y la autocompasión.
Cinco causas
Cinco es un número arbitrario, porque, como he dicho, hay tantos escritores como estrellas en el cielo, pero en el fondo todos nos parecemos, quizá más de lo que nos gustaría. Así pues, pasemos a verlas.
El síndrome del impostor:
Algo muy común en cualquier escritor es creerse menos de lo que realmente es. ¿Cuántos de nosotros no tenemos, o hemos tenido, problemas para identificarnos como escritores públicamente? Es habitual entre los escritores desmerecer el propio trabajo y engrandecer el de los demás. Como es lógico, si nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestro trabajo se encuentra minada, es habitual perder la motivación para escribir. ¿Para qué, podemos pensar, si lo que va a salir de aquí no es más que basura?
Extrema sensibilidad:
Esto entronca con el síndrome del impostor, pero no es lo mismo. Los escritores, como cualquier artista, suelen tener una sensibilidad mayor que el común de las personas. Esta sensibilidad los lleva a asimilar mal las críticas, a detestar que otros hurguen en su mundo interior y a temer las consecuencias de exponerse a la luz pública. Quizá no nos demos cuenta de forma consciente, pero muchas veces intentamos dilatar el proceso de escritura y corrección de nuestros manuscritos hasta el infinito. Y esto es así porque no queremos lidiar con nuestro terror a publicarlo y dejar que cualquier lector desaprensivo lo juzgue a la ligera y lo critique con saña.
No todo el mundo está preparado para ser autónomo:
Llevamos siglos siendo educados como vasallos, esclavos; seres dependientes, si lo prefieres. No es fácil trabajar cuando nadie te impone horarios, metas ni sanciones cuando las incumples. Es complicado adaptarse a esa forma de hacer las cosas, mucho más cuando dentro de ti perviven esos prejuicios que gran parte de la sociedad tiene acerca de los escritores: es una afición, no es serio, no paga las facturas etc… Y si eres autopublicado o un autor de perfil bajo y no tienes un editor detrás metiéndote presión para publicar, la cosa puede agravarse mucho más.
Estaba en la cama tan a gustito y de repente mis obras
se escribían solas y caían del cielo...
Y entonces me desperté y ya eran las 12 del mediodía.
Nos asusta poner demasiado de nosotros mismo en nuestra obra:
La mayoría de los escritores lo son por y para tomar ciertos sentimientos, sensaciones y experiencias muy intimas y sacarlas a la luz. Los motivos de por qué esto es así son múltiples, pero en general es porque no sabemos o podemos compartir nuestro mundo interior con los demás de otra manera. Claro que, esto es un arma de doble filo. En el proceso de subir el cubo desde el pozo de nuestro subconsciente nos podemos hacer mucho daño. Es duro sacar todos esos sentimientos reprimidos, que a veces no sabíamos ni que teníamos, y transformarlos en palabras. No digamos ya pensar en que un montón de desconocidos puedan verlos y, quizá, minusvalorarlos (y, de nuevo, aparecen los puntos 1 y 2). Este tremendo esfuerzo mental y emocional que supone, a veces, la escritura, puede hacer que nos apartemos inconscientemente de ella.
La soberbia:
Sí, porque los escritores somos, en algunas ocasiones, soberbios. No es ningún secreto que muchos escritores son personas brillantes, inteligentes, por encima de la media. A menudo, muchos sacaban excelentes notas durante sus estudios. Unos pocos pueden pensar que tienen una habilidad innata para la escritura, que ya formaban letras en el vientre materno usando su propio cordón umbilical y que, por tanto, no tiene mucho sentido esforzarse en aprender y mejorar. Normalmente son los que esperan que lleguen las musas, la inspiración, para entonces correr hasta el procesador de textos a escribir. La soberbia puede llevar, por extraño que parezca, a la procrastinación y a la desmotivación.
You can do it
Una vez entiendes que todo, la posibilidad de escribir el mejor libro que seas capaz o de dejarlo correr por cualquiera de los miedos que a menudo ni siquiera sabes que tienes, está en tu interior, tienes más de la mitad de la batalla ganada. Porque entender el problema es una necesidad para poder abordarlo y resolverlo. Y si sabes que todo está en tu mano, que no son las causas externas las que te llevan por la calle de la amargura, sino que tú eres el único responsable (que no culpable) de tus acciones, verás como de repente aquella terrible montaña que debías escalar se convierte en una colina, escarpada sí, pero por lo menos no vas a necesitar a todos esos sherpas para coronarla. Sólo te necesitas a ti mismo y encontrar tu motivación para hacerlo.
Claro que sí, campeón. Aparte de subir todo tu equipo, también quieres que
acabe tu manuscrito y que te de un masaje en los pies, ¿no? FLI-PA-DO
Y recuerda, no siempre la procrastinación es mala. A veces no es más que un estado de transición. Lo importante es no estar nunca quieto, el movimiento, que en el mundillo escritoril significa estar trabajando en algo que te haga crecer y mejorar como escritor. Y eso puede implicar mil y una cosas.
Y, si todo lo demás falla, piensa en esto: ¿Qué hay más motivador que el hecho de comprender que el único que va a escribir esa obra que tienes en mente eres tú? Escribe el libro que te gustaría leer porque nadie más va a hacerlo.
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